"Levantad, lectores, la viga del mausoleo", de Rodrigo Fresán

Publicado originalmente en el blog de Rodrigo Fresán, "Las cosas de la velocidad". Aquí mismo tienes el enlace.


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Jerome David Salinger
Lo recuerdo y lo conté muchas veces: hace unos años, festejé el que la emisión en vivo y en directo de Steve Jobs presentando su primer iPad fuera interrumpida —al menos por unos segundos— por la mala nueva de la muerte de Jerome David Salinger. Me pareció entonces un acto de justicia poética. Una breve pero trascendente victoria de la literatura y de alguien que escribió pocos/suficientes/inmortales libros por encima de ese efímero y casi inmediatamente desactualizado artefacto capaz de almacenar miles de títulos que jamás se leerán.

Así que, antes que nada, buena noticia: lo importante de la supuesta avalancha espectral que se nos viene –en teoría, a partir del 2015—no es fondo de cajones o piezas sueltas ensamblados por descendientes y agentes y editores sino obra terminada por Salinger.
Lo que no es poco, lo que es muchísimo: cinco libros suyos y nada más que suyos que, se dice, nos revelarán nuevas luces y sombras (y reescrituras para cerrar círculos) de la familia Glass, qué fue de Holden Caulfield y –tal vez lo más interesante— de qué manera noveló Salinger su traumática marcha por la Segunda Guerra Mundial, su misterioso primer matrimonio y, en una suerte de manual autobiográfico, su larga y muy particular relación con el budismo zen.
¿Ganas de recibir todo esto como fantasmal envío de navidades pasadas a navidades futuras? Por supuesto. ¿Alterará todo lo anterior la foto fugitiva y siempre movida de aquel hombre que haciéndose invisible se hizo más visible que nunca en nuestros pensamientos?
Quizá, quién sabe, qué importa.
Lo cierto es que, por primera vez en décadas, Salinger queda en el porvenir y no en el cada vez más largo ayer. Y así volveremos a alinearnos y ordenarnos y a ver quién nos toca. Porque, ya lo dije, estáel Salinger “para todos” (el de El guardián entre el centeno); el Salinger para salingerianos frescos de taller literario (el de “Un día perfecto para el pez plátano”); el Salinger para salingerianos ya curtidos y que comprenden que ciertas cosas jamás se aprenderán en un taller literario (el de “Para Esmé, con amor y sordidez”); el Salinger para salingerianos casi new-age (los que llegan por casualidad a Franny y Zooey); y el Salinger para Salinger (el autista/solipsista del inasible Seymour: una introducción, que desde varias décadas funciona en perfecto tándem con el –sólo en apariencia– más sencillo de obedecer Levantad, carpinteros, la viga del tejado).
Mientras tanto y hasta entonces, Salinger –a editarse entre nosotros en Seix-Barral, suerte de muy fotogénico y top-secret coffee-table book de David Shields y Shane Salerno, acompañando a documental con numerosas postales de un tipo joven pero retro muy parecido al Don Draper de Mad Men—no hace otra cosa que apuntalar la estructura de un tejado que por suerte (como ocurre con otro gran fugitivo de su propio mito, Bob Dylan, en sus inicios alguna vez barajado como posible Holden cinematográfico), sigue protegiendo al misterio de la lluvia pesada y del viento idiota.
Porque, de verdad, ¿a alguien le interesa que, en el principio, uno de los motivos del “estilo” de Salinger como persona y personaje sea, teóricamente, la angustia de haber nacido con un solo testículo? ¿Importa lo que sintió el actor John Cusack –quien en su momento habría sido también un magnífico Catcher– cuando leyó por primera vez El guardián entre el centeno? ¿Tiene sentido volver a analizar el efecto tóxico de esa novela en las mentes dementes de magnicidas? Todo esto valía y conformaba y resignaba hasta ahora; cuando no sabíamos si habría más dosis de salingerina pura. Pero parece que sí, que ha llegado un nuevo cargamento. Ahora, otra vez, por suerte, lo que vuelve a valer la pena es el futuro, lo que vendrá. La obra y no la vida. Lo que leeremos mientras volvemos a preguntarnos –sin importarnos la respuesta—cuál es el sonido que se oye al aplaudir con una sola mano y dónde van los patos del Central Park en invierno.
Publicado en ABC, España

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