“¿Se muestran demasiado cautos los novelistas a la hora de juzgar a otros novelistas?

Publicado originalmente en "Moleskine literario", de Iván Thays. Autor. Aquí mismo tienes el enlace. 

Ignacio Echevarría comenta la cautela de los novelistas para juzgar a sus pares. La pregunta nace en dos artículos de The New York Times. Hay que añadir que ocurre también el fenómeno inverso: la innecesaria -y siempre sospechosa- crueldad o ironía para juzgar a sus pares. La soñada coherencia es muy difícil. Buen comentario de Ignacio Echevarría en su columna “Mínima molestia” en El Cultural.
Ricardo Piglia, crítico literario
Dice la nota:

Me manda Rodrigo Fresán el enlace a dos artículos aparecidos recientemente en The New York Times. Los dos intentan responder a una pregunta común, que yo mismo me he hecho alguna vez: “¿Se muestran demasiado cautos los novelistas a la hora de juzgar a otros novelistas?”. Se trata de una pregunta pertinente, inevitable casi cuando se plantea el estado de la cuestión en lo relativo al sistema de la crítica literaria en los suplementos culturales. En casi todos éstos, ya sea en España o fuera de ella, es frecuente toparse con las firmas de novelistas más o menos distinguidos. En la mayoría de los casos, se trata de colaboraciones ocasionales, a propósito de un autor, de un libro o de una efeméride en particular. En otros, de colaboraciones regulares, como la del mencionado Rodrigo Fresán en el ABC Cultural, donde su gusto y su estilo como reseñista destacan muy llamativamente. O como la de José María Guelbenzu en Babelia. En estos dos casos, sin embargo, como en tantos otros, los novelistas en cuestión se ocupan casi exclusivamente de reseñar novedades traducidas de otros idiomas, no pocas veces correspondientes a autores ya clásicos o camino de serlo.

Es generalizada esta tendencia, por parte de los novelistas puestos en situación de escribir reseñas, a escoger libros y autores extranjeros, con el argumento de que así no entran en conflicto con sus colegas, ni se exponen a ser cuestionados como juez y parte a la vez de la materia sobre la que discurren. Pero la pregunta de The New York Times apunta precisamente en el sentido contrario: a aquellos novelistas que se arriesgan a emitir juicios sobre el trabajo de otros contemporáneos que escriben en la misma lengua y que quizá compiten con ellos en la estima del público.
En el ámbito anglosajón cabe señalar algunos ejemplos muy notables, como los de John Updike, Joyce Carol Oates o Martin Amis. Pero en España cuesta más dar con nombres de novelistas señalados dispuestos a valorar públicamente las obras de sus compatriotas y coetáneos, al menos en la arena de los suplementos de la prensa escrita (otra cosa es el pandemónium de la blogosfera, donde abunda el toreo de salón). Es infrecuente que un suplemento español reclute a narradores españoles para hacer crítica de novedades de narrativa española, como es el caso de Care Santos y de Ernesto Calabuig en estas páginas de El Cultural. En este mismo suplemento, Rafael Reig ofreció tiempo atrás un espectáculo realmente insólito por estos pagos: el de un escritor dispuesto a, sin apuro, repartir collejas y carantoñas entre sus colegas. Cabría traer otros varios nombres a colación, pero, aun sumándolos todos, sería difícil desmentir la impresión de que, en efecto, los novelistas españoles (algo distinto es el caso de los latinoamericanos) suelen mostrarse bastante cautos -cuando no remisos o directamente reacios- a la hora de juzgar a otros novelistas.
En The New York Times, la novelista y comentarista Zoë Zeller y el periodista y editor Adam Kirsch se mostraban muy comprensivos con la prudencia mostrada por la mayor parte de los novelistas en la tarea de emitir juicios sobre el trabajo de sus colegas. Pero ambos terminan por valorar positivamente el arrojo de quienes se resuelven a hacerlo sin contemplaciones. Para Zoë Zeller, “la perspectiva de un artista es claramente útil para el debate crítico”, que gracias a sus contribuciones gana en rigor y en vitalidad. Adam Kirsch, por su parte, subraya que “la sola idea de que un novelista debe mantenerse al margen de la crítica, especialmente la crítica negativa, habría parecido extraña a muchos de los más grandes novelistas anglosajones” (y aquí menciona los nombres de Henry James y Virginia Woolf). Para ellos, “la crítica negativa era un ingrediente esencial de la definición de su propia identidad artística”; era “una manera de entenderse a sí mismos, de descubrir cómo hicieron lo que hicieron y cómo no quieren escribir”. También era “un medio de educar al público, de preparar a los lectores para la revolución en el gusto que aspiraban a promover”. En cualquier caso, concluye Kirsch, “que sepan los novelistas que hoy se arriesgan a escribir críticas que están en la mejor compañía”.

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