Sábado, 17 de enero.
Día de san Antonio. Vivió en Egipto y es el patrono de los animales domésticos, de los amputados, los tejedores de cestas, los carniceros y los enterradores, ermitaños y monjes, epilépticos y criadores de cerdos. A los veinte años vendió todas sus posesiones, entregó el dinero a los pobres y llevó una vida ascética en el desierto durmiendo en un sepulcro vacío.
¿Qué debería hacer el buen esposo, recuperado y siempre recuperable, cuando regresa a casa después de dejar a su mujer en el aeropuerto y enfrenta una cama con señales recientes de dos criaturas que no lograron amarse, ni dormir, ni pronunciar una palabra afable en toda la noche, mientras se daban la espalda aferrados a lejanas almohadas?

Ya debes estar en Atlanta esperando tu conexión, y eso de «cama con señales recientes» quizás te suene irrelevante, remoto. Prefiero hablarte de «lecho con las huellas de siempre». El lecho tiene un espectro tan amplio que para no confundirlo con el cauce de los ríos, los valles de los glaciares o el fondo del mar, algunos timoratos añaden el nebuloso «nupcial». Pero viene bien su carga de sinónimos para describir el sepulcro que hallé al entrar a nuestra habitación, ya saturada de luz mañanera. Allí estaban los estratos de sábanas y colchas en capas extendidas unas sobre otras, los aromas sedimentarios, los tristes surcos de nuestros rastros y asentamientos, revelando con sus vacíos los vastos recursos perdidos de nuestra última noche, cuando cada movimiento y cada roce con el algodón nos transmitía un tenue mensaje de imposibilidad, un agotador fondo musical al absurdo de nuestra estruendosa finitud. Apenas varía la composición de nuestro lecho, se altera la geografía del mundo.
¿Qué debo hacer entonces según la tradición oral, las costumbres solariegas, los manuales de autoayuda, el horóscopo, los mandamientos, mi peso y contextura, las estadísticas matrimoniales, las reglas de condominio y el primer catecismo? ¿Ceder o resistir? Entreguemos al dolor lo que al dolor pertenece. Ya lo decía mi venerado Ovidio: «Ligera es la carga que bien se lleva. A los recios los acosa más fieramente que a quienes reconocen su esclavitud».