"Cuerpo a cuerpo" de Carlos Pérez Ariza

Empezaré confesando que no me considero amigo de la "literatura erótica". Así, en general. 

Lo cual no significa "hacerle un feo" a Chaucer, a Miller o a Bukowski, de ninguna manera. Significa que no es fácil sentirse capturado por un texto adscrito a ese género porque... ni siquiera es fácil determinar con cierta claridad la pertenencia al mismo.

Entendámonos: las novelas históricas, las de aventuras, ciencia-ficción, viajes, etc. pueden estar condimentadas con una dosis de sexo y erotismo, sin desvirtuar su condición original, su interés y su calidad. Sin llegar a inscribirse en el relativamente pequeño círculo de las novelas eróticas.

Por otro lado, las novelas esencialmente destinadas a enardecer las fantasías y los apetitos sexuales del lector, son pornográficas,  por definición. Incluso más allá de la calidad del lenguaje utilizado. Es un mercado que podemos aceptar o rechazar, pero como género literario... merece tienda aparte. Literalmente.


Así, supongo que las únicas novelas declaradamente eróticas, no pornográficas, serían las que son nos presentan una historia centrada en las experiencias sexuales / eróticas de un personaje o un grupo de ellos, narrada desde un punto de vista particularmente ingenioso, ilustrado, aleccionador, inesperado, enternecedor y/o divertido. Nuestra dimensión erótica, qué duda cabe, merece una aproximación literaria. Pero no es fácil.

En su novela "Cuerpo a cuerpo", mi buen amigo Carlos Pérez Ariza logra ese objetivo más que razonablemente. Porque ha construido una historia centrada en las aventuras sexuales del "último seductor", Arturo de Laplace, sí. Y lo ha hecho aderezando la historia con su buen quehacer literario, por un lado, y con una batería de condimentos literarios que hacen la lectura francamente interesante. 

El punto de vista del narrador, un periodista brillante y más que razonablemente "al día", para empezar. Una personalidad intelectualmente aceptable para el lector y hábil contrapunto del propio Laplace, el seductor.

Y claro, las breves pinceladas con las que, entre ambos,  nos describen a las mujeres que compartieron el lecho de Laplace. Algunas de ellas, al menos, llegan a ser muy  atractivas. Envidiables, como experiencia, me permitiría señalar.

Todo ello en entornos fascinantes, escuchando poemas de Dylan Thomas, paseando entre cuadros de Wilfredo Lam y Rivera, participando en ágiles intercambios de impresiones sobre el mundo en que vivimos, desde una perspectiva lúcida y "aggiornata". 

Buen trabajo, Carlos. Supongo que, además, te lo pasaste bomba escribiéndolo.

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