Una de las críticas más frecuentes a propósito de la implantación del e-book, además del tacto o la liturgia de pasar las páginas, es el olor que desprende el libro. Un aroma que gana puntos si el libro es viejo.
Dejando a un lado que la crítica huele, nunca mejor dicho, a cierto aire ludita o a falta de imaginación o proyección histórica (es como anhelar el coche de caballos porque el trote de los caballos es relajante, aislando esa propiedad agradable de todos y cada uno de los defectos y propiedades negativas que producía el coche de caballos, lo cierto es que el olor a libro viejo resulta atractivo porque nos recuerda a la vainilla (¿tan difícil es imaginar un ebook que desprenda ese olor para contentar a los románticos?).
Seguramente todo ello solo responde a cierto postureo o el natural apego que todos tenemos a lo conocido (con el consiguiente miedo a la incertidumbre de lo nuevo), pero sea como fuere los libros viejos huelen como a vainilla.
La razón hay que buscarla en la lignina (prima hermana de la vainilla). Éste es el polímero más abundante en el mundo vegetal, y por eso está presente en el papel. Gracias a la lignina los troncos de los árboles se mantienen firmes y erguidos y pueden alcanzar las elevadas alturas que alcanzan. Cuando la lignina se oxida, vuelve amarillento el papel, pero también desprende más olor.
El olor a vainilla entonces se suma matices que llegan de los compuestos químicos empleados en la confección del libro, como el pegamento o la tinta. Con todo, en la actualidad el papel de los libros tiene poca lignina, ya que utilizan papel libre de ácidos, para que las hojas permanezcan blancas por más tiempo.
El problema es que este olor tan romántico también es el síntoma de que el libro se está destruyendo. Lorena Gibson, una químico de la Universidad de Strathclyde, en Escocia, es la responsable de un proyecto denominado Patrimonio de olores, en el que se identifican los problemas de salud de los libros en sus etapas iniciales gracias al matiz en el olor que desprenden.
Incluso están trabajando en un espectrómetro de masas portátil, una especie de nariz artificial que localiza las moléculas que causan el olor a humedad, para así atajar el problema de la destrucción de libros.
Dicho lo cual, que quede claro que yo también disfruto del olor a viejo de una biblioteca. Como disfruto del olor a nuevo de un gadget tecnológico recién desprecintado. Pero si algún día me venden un gadget mejor que sustituya al que ya tengo pero que no desprende ese característico olor, uno de mis argumentos en contra del nuevo gadget no será, os lo aseguro, que no huele como los de antes. Al menos no será uno de los principales. Máxime cuando ya hay alternativas, como aquí o aquí.
Antes de pensar en olor a vainilla que se pueden emular fácilmente en los e-books, tal vez deberíamos advertir lo que supone acarrear la idea romántica del libro físico: aproximadamente el 40 % de los 1500 millones de m3 de madera que se extraen anualmente con motivos comerciales en el mundo se utiliza en la producción de papel. Y para los que añoran los coches de caballos: ¿Cuál fue el medio de transporte que más problemas causó a la humanidad?
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