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Alice Munro, de 82 años, ha publicado 14 antologías de cuentos entre las cuales destacan ‘Dance of the Happy Shades’ (1968), ‘The Progress of Love’ (1986) y ‘Dear Life’ (2012). Fotografía: EFE. |
El otorgamiento del Premio Nobel de Literatura a Alice Munro es inusual por muchas razones. Munro es una de las trece mujeres que han recibido ese honor, es canadiense, escribe exclusivamente relatos, carece de las preocupaciones políticas usuales en la obra de otros galardonados –como Mo Yan y Doris Lessing–, y su obra se centra en los pequeños dramas cotidianos de una zona rural canadiense cuya característica más notoria es que allí casi nunca pasa nada interesante.
Durante gran parte de su carrera, Munro escribía cuando sus bebés dormían la siesta, o, algunos años después, cuando se iban a la escuela. Escribía en una especie de frenesí, azuzada por el temor de que los embarazos o el trabajo de la casa le impidiesen terminar lo que estaba creando.
Concentrarse en escribir y cuidar de sus hijos y su casa la mantuvo alejada por mucho tiempo de otros escritores, algo que eventualmente se volvió una preferencia y que, para efectos prácticos, la ha convertido en una especie de ermitaña literaria.
Durante un tiempo, Munro quiso –en sus palabras– “graduarse” de cuentista a novelista porque “eso era lo que se hacía en los años 50”. Como ella o como Raymond Carver, algunos escritores dicen que no pueden darse el lujo de invertir mucha concentración o grandes periodos de tiempo en un solo proyecto porque deben trabajar o cuidar de su familia.
Instantes de revelación. Munro debía ser madre, esposa y escritora en un pueblo pequeño, y solo podía invertir de un mes a seis semanas para escribir un cuento, por lo que se sentía aliviada cuando lograba terminar algo en esos plazos.
Sin embargo, llegó el momento en el que lo que Munro sabía hacer bien era escribir cuentos. En La vida de las mujeres, lo que comenzó como una novela y luego se estancó, logró terminarse exitosamente solo cuando Munro la fragmentó y la convirtió en una colección de cuentos interconectados.
De entre otros célebres autores que fueron exclusivamente cuentistas –Carver, Borges, Mansfield, Porter, etcétera–, la comparación más usual que suscita Alice Munro es con Chéjov.
Más allá de la peculiaridad formal de no haber escrito novela, los cuentos de Munro –como los de Chéjov– tratan de personas comunes y de sus pequeñas miserias, alegrías y descubrimientos: en ambos, el rasgo distintivo es una profunda compasión por sus personajes; un afán amoroso por comprenderlos y exponer su interioridad a pesar de que son, sin excepción, personajes completamente ordinarios, en situaciones o circunstancias poco sorprendentes, y a veces incluso tediosas, comunes o aburridas.
Al igual que Chéjov, la visión de Munro no gira en torno a los hechos, sino que está siempre centrada en la vida interior de las personas; por tanto, sus historias no abordan tanto lo que sucede –la trama–, sino el momento o el detalle epifánico que revela un sentido más profundo de la historia a sus protagonistas.
Las primeras y más importantes influencias de Munro han sido las de las escritoras norteamericanas que usualmente son agrupadas en el movimiento del “gótico sureño”: Flannery O’Connor, Katherine Anne Porter, Eudora Welty, Carson McCullers.
Con ellas, Alice Munro comparte la preocupación por el conflicto que surge entre la tradición y la costumbre, y por los deseos y comportamientos de sus protagonistas femeninos. Munro comparte también el interés por lo extraño y marginal de las áreas rurales, el reverso monstruoso de la idea bucólica del campo.
Obra concluida. Escritora de resistencia, la carrera de Munro abarca la mayor parte de su vida. Ha escrito desde su infancia, cuando, tras leer La sirenita, de Hans Christian Andersen, decidió, indignada, que el cuento merecía un final feliz.
En 1968, a sus 37 años, publicó tardíamente Dance of the Happy Shades, pero para entonces ya había escrito cuentos en forma sostenida durante 15 años.
Diez años después, en 1978, sus historias empezaron a publicarse en la revista The Newyorker, que difundía lo mejor de la narrativa corta norteamericana. Desde entonces, Alice Munro ha producido aproximadamente una nueva colección de cuentos cada cuatro años, durante los cuatro decenios que abarca su carrera, y se le ha concedido tres veces el premio del Gobernador General del Canadá, el galardón literario más prestigioso de su país, equivalente al Pulitzer de los Estados Unidos.
Alice Munro había anunciado en el 2006 que se retiraría; sin embargo, publicó posteriormente dos colecciones adicionales: Mi vida querida y Demasiada felicidad .
Tras la aparición de estos libros, de nuevo anunció su retiro, a principios de este año. En la entrevista en que lo declaró, afirmó que había sentido alivio cuando se había enterado de que Philip Roth –otro escritor maratónico– renunciaba a la literatura.
Irónicamente, Roth, también candidato al Premio Nobel en esta oportunidad, tiene las características típicas de los galardonados: hombre, novelista, político, controversial, premiado, con una obra vasta y enfocada en la masculinidad y la comunidad judía.
Formalmente, es habitual encontrar la fragmentación cronológica en la obra de Munro. Los relatos saltan hacia atrás o hacia delante según la importancia de los hechos que explican los motivos de los personajes, muchas veces secretos.
Relaciones. La omnisciencia del narrador, usual también en Munro, cohesiona su visión de mundo. Su elaboración y su descripción son unos de los más importantes objetivos de sus cuentos. Su lenguaje es indefectiblemente conciso, y esto le da gran precisión a sus historias.
En cuanto a esa claridad, Munro ha dicho que, cuando encuentra alguna “joya” –alguna expresión particularmente ornamentada o literaria–, siempre la elimina para que no obstruya la historia.
Como las obras de sus mentoras del gótico sureño, la de Munro es una obra de temas recurrentes. El sur de Ontario es uno de ellos: pueblos pequeños en zonas rurales, escenarios en los que se cruzan muchos tipos de vidas que en una ciudad grande habitarían en círculos mutuamente excluyentes.
Otro de los temas inmediatamente reconocibles es el de las relaciones familiares entre mujeres, en particular la relación entre madre e hija –de hecho, la relación de Munro con su madre es el tema central de su obra–. Igualmente importantes han sido la relación de su madre con su abuela, y la suya con sus hijas; así como relaciones de amistad, apoyo y hermandad entre mujeres.
Adicionalmente, hay un grupo de cuentos de corte histórico que se centra en el análisis de costumbres y tradiciones y que tiende a comprimir grandes lapsos en poco espacio. Suelen comparar el hoy con el ayer y recalcan la brutalidad silenciosa del paisaje interior de la vida de estas mujeres.
Entre sus colecciones de cuentos, algunas de ellas traducidas al español, se encuentran Danza de las sombras felices; Las vidas de las mujeres; Algo que he estado queriendo decirte; La sirvienta mendiga; Las lunas de Júpiter; El progreso del amor; Amistad de juventud; Secretos a voces; El amor de una mujer generosa; Odio, amistad, noviazgo, amor, matrimonio; Escapada; La vista desde Castle Rock; Demasiada felicidad y Mi vida querida.
Con el otorgamiento del Premio Nobel a Alice Munro, la Academia Sueca ha demostrado ser capaz de valorar una obra en términos estrictamente literarios. Se hace justicia a la trayectoria artística, sólida y comprometida de una mujer que ha construido un mundo literario desde los márgenes.
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