Sobreviviendo a la guerra
La II Guerra Mundial fue un periodo en el que se produjeron intensos cambios en la evolución de la Ciencia Ficción y no solamente por las dificultades que atravesó el mundo editorial, sino también porque el género, desde dentro, estaba pugnando por evolucionar. Aunque aquellas dificultades fueron un factor importante, no cabe duda, y hay que hablar de ellas. Naturalmente, en Europa el conflicto bélico constituyó un golpe casi mortal a la ya escasa producción existente, algo que hundió el género durante varios años. En el Reino Unido, las pocas revistas que habían surgido tímidamente durante el “boom” de finales de los años treinta desaparecieron rápidamente después de que el país entrase en guerra. Las severas restricciones de papel y tinta en la industria editorial del Reino Unido fueron acabando con ellas una a una, cuando no se dio el caso, como ya hacíamos mención en la primera parte, de que alguno de sus directores o editores fuese directamente llamado a filas e incluso muriese en acto de servicio. A principios de 1942 ya no quedaba ninguna publicación británica en el mercado. Por descontado, cabe imaginar la situación de total hiato en la URSS a causa de la dictadura estalinista y el conflicto, así como en otros países del Este o centroeuropeos que habían tenido cierta tradición en el género pero que ahora estaban sumidos en regímenes totalitarios y abocados al desastre nacional, caso de Alemania. Así que el único país del mundo que seguía produciendo Ciencia Ficción a buen ritmo era el de costumbre: los Estados Unidos de América.
Aun así, también la Ciencia Ficción americana sufrió un revés por causa de la guerra. También en territorio americano hubo restricciones de papel, tinta y materiales; limitaciones que no eran tan severas como en el Reino Unido pero que igualmente tuvieron un efecto bastante importante en el hasta entonces floreciente mundillo editorial. Cuando en diciembre de 1941 EEUU entró en la guerra, sus quioscos y librerías disponían de aproximadamente una quincena de revistas especializadas en Ciencia Ficción. En 1945 ya solo quedaban seis. Las publicaciones que sobrevivieron lo consiguieron a base de austeridad: casi todas ellas redujeron su número de páginas y pasaron a ser trimestrales cuando antes habían sido mensuales. Otro recurso fue la especialización en subgéneros o tendencias concretas, intentando en lo posible no competir entre ellas por los mismos lectores. Con todo, incluso recién terminada la guerra, EEUU aún tenía más revistas que antes del “boom” de finales de los años 30. Un signo de que la situación mundial había afectado a la producción pero que la demanda popular no solo no había disminuido, sino que estaba creciendo debido a diversos factores que vamos a tratar aquí.
Aquellas revistas supervivientes mantuvieron viva la Ciencia Ficción y la hicieron evolucionar rápidamente, quizá más rápidamente que nunca antes. Especialmente Astounding Science Fiction, que bajo la batuta de John W. Campbell siguió siendo la revista puntera del género, la más respetada e influyente, además de la que gozaba de un mayor éxito. El giro “campbelliano” hacia la Ciencia Ficción “hard”, más académica, seria y alejada de las aventuras espaciales poco rigurosas que cultivaban algunos de sus rivales, había sido muy bien recibido por toda una generación de lectores. Esta generación de aficionados se había criado con la Ciencia Ficción ligera de las revistas pulp pero ahora tenía edad suficiente como para empezar a exigir un material más adulto. Campbell supo proporcionarles ese material y aquel fue el secreto de su éxito: la suya fue la única revista especializada que no tuvo que recurrir a reducir contenidos y que ni siquiera necesitó dejar de ser mensual para salir adelante durante la guerra En un mundo sacudido por las nuevas máquinas bélicas y la confusión, donde la ciencia estaba cambiando la faz de la Tierra, no resulta extraño que el enfoque más científico y realista de Astounding Science Fiction la convirtiese en el buque insignia de un género que estaba a solo unos años de traspasar las fronteras del constreñido hábitat de las revistas en donde había sobrevivido desde principios de siglo. John W. Campbell trazó una línea divisoria, un antes y después en la historia de la Ciencia Ficción, ayudado por un deslumbrante y sabiamente escogido plantel de colaboradores habituales que incluía a nombres como Isaac Asimov, Robert A. Heinlein, Theodore Sturgeon, Fritz Leiber, Clifford Simak, A.E. Van Vogt, Fritz Leiber, Lester del Rey, etc. Con semejante pelotón de pesos pesados cabe imaginar por qué Astounding Science Fiction marcó la dirección a seguir durante aquellos años.
Por su parte, Amazing Stories se decantaba más hacia una Ciencia Ficción más aventurera y juvenil, al igual que Startling Stories y muy especialmente Planet Stories, que pese a ser pese a ser la revista donde se había dado a conocer Ray Bradbury, ejerció fundamentalmente como vehículo para la “Space opera”, aquellas aventuras espaciales sin ninguna necesidad de verosimilitud científica dirigidas a un público más infantil o, como mínimo, menos exigente. Famous Fantastic Mysteries sobrevivió gracias a la política de reediciones, recopilando material aparecido años antes en revistas juveniles y pulp: sin necesidad de quebrarse la cabeza encontrando nuevos relatos y rebuscando en lo que se había publicado tiempo atrás, Famous Fantastic Mysteries logró apelar a la faceta más sentimental de los viejos aficionados para no desaparecer. De todas estas revistas, tan solo Thrilling Wonder Stories se esforzó por alcanzar la vanguardia e intentar competir en calidad con la reinante Astounding Science Fiction, dando cabida a nuevos autores con nuevos estilos y tendencias.
Pero todos estos avatares editoriales en el entorno de guerra fueron solamente una parte del proceso de transformación. En lo tocante a la Ciencia Ficción, la guerra no solamente se tradujo en una crisis de publicación, sino también en un giro de los intereses de los lectores habituales así como en el acercamiento de un público nuevo que nunca antes había leído esta clase de relatos. Hubo varios factores que explicarían una nueva explosión del género.
La bomba atómica
“Hay buenos motivos para creer que, aparte de los altos cargos de las fuerzas armadas y las personalidades del distrito de Manhattan, solo los aficionados a la Ciencia Ficción —lectores entusiastas, directores y autores— comprendieron enteramente lo que había sucedido el 6 de agosto de 1945. Hiroshima ejerció un tremendo efecto en mí. Yo conocía los fenómenos nucleares: en 1940 vendí un relato que exponía un método de separación del isótopo 235 a partir del uranio puro. Años antes del Proyecto Manhattan, antes de la guerra, ya habíamos agotado los artificios y aspectos llamativos de la energía atómica y nos dedicábamos a escribir narraciones en torno a las implicaciones filosóficas y sociológicas de esta nueva y terrible realidad”. (Theodore Sturgeon, en 1949, citado por Mike Ashley)
Puede parecer chocante hoy en día, pero durante la II Guerra Mundial un ciudadano estadounidense podía estar mucho más informado acerca de la bomba atómica leyendo revistas de Ciencia Ficción que leyendo los periódicos. El gobierno estadounidense llevaba el Proyecto Manhattan en el más absoluto secreto, enfrascado en una carrera contra el reloj por detonar la “bomba A” antes que sus enemigos, pero los detalles concretos de esa carrera atómica escapaban a la gente de a pie. Todo lo concerniente al desarrollo técnico de la bomba atómica no dejaba de ser un asunto más bien difuso e indescifrable para el público general, que no tenía una idea muy definida de lo que podía suponer la creación de semejante artefacto.
Sin embargo, los aficionados a la Ciencia Ficción sí estaban enterados. El asunto atómico aparecía regularmente en las páginas de sus revistas favoritas desde algunos años atrás: para 1944, cualquier lector habitual del género estaba más que familiarizado con la temática. La bomba atómica aún no había sido terminada pero en algunos relatos se daban sorprendentes detalles acerca de cómo podía funcionar aquel nuevo arma. Esto no es una exageración: en aquel mismo año 1944 se produjo un caso paradigmático de hasta qué punto la Ciencia Ficción estaba siguiendo la carrera nuclear en paralelo. La inteligencia militar llegó a alarmarse cuando cayó en sus manos un ejemplar de Astounding Science Fiction que contenía un relato titulado Deadline, en cuyos renglones se describía el proceso de funcionamiento de la bomba atómica con cierto detalle. Sospechando algún tipo de filtración de información, agentes del FBI se presentaron en la sede de Astounding Science Fiction y el director John W. Campbell tuvo que demostrar que el relato se limitaba a utilizar información publicada en libros científicos que él había proporcionado a su colaborador, el escritor Cleve Cartmill, para que confeccionase una historia sobre una posible superbomba futurista. Con aquella información, que no era secreta sino que procedía de manuales disponibles en las bibliotecas públicas, Cartmill había reconstruido una llamativa descripción del mecanismo de la bomba nuclear todavía en desarrollo. Los agentes federales dieron por buenas las explicaciones de Campbell y Cartmill, entendieron que no había filtraciones ni amenaza a la seguridad nacional, pero recomendaron al director de Astounding Science Fiction que tuviese más cuidado al tratar el tema en el futuro inmediato y que restringiese el número de historias sobre la bomba.
Así pues, difícilmente sorprende que cuando el 6 de agosto de 1945 finalmente estallaba una bomba atómica sobre la ciudad japonesa de Hiroshima, no muchos estadounidenses fueran realmente conscientes de lo que acababa de suceder, excepto las autoridades… y los más familiarizados con la Ciencia Ficción. Estos lectores, directores de revistas y autores se dieron cuenta de que el mundo se acababa de asomar al precipicio de una nueva y potencialmente terrible época. Con el paso del tiempo, también el resto del público entendió la amenaza que el armamento nuclear suponía para todos; fue entonces cuando los profanos se encontraron con que el mundillo de las revistas de Ciencia Ficción llevaba varios años hablando sobre ello. Esto contribuyó bastante a conferirle un renovado prestigio al género, que evidentemente se había anticipado al inicio de la era nuclear. Mucha gente se dio cuenta de que los autores de aquellos relatos no eran únicamente unos jóvenes imaginativos pero ingenuos y un puñado de escritores mercenarios que producían material para mentes infantiles, como rezaban los prejuicios —a menudo ciertos, todo sea dicho— sobre las revistas pulp. Ahora había una generación de escritores que había crecido amando el género pero que además se había interesado por la ciencia, por la tecnología, por el progreso y por todas sus implicaciones hasta el punto de haber tratado abiertamente en aquellas revistas un asunto que la prensa convencional tenía más bien vedado, o que no terminaba de comprender del todo. De hecho, cuando a principios de los años 50 el público general era presa de la preocupación nuclear, el asunto ya había “pasado de moda” en las revistas especializadas, donde se llevaba tanto tiempo dándole vueltas al tema que no había ya mucho que rascar. La Ciencia Ficción, como durante el siglo XIX, le había tomado la delantera a la sociedad y la sociedad empezaba a ser consciente de ello.
Hay que añadir a esto que también contribuyó al prestigio del género el reconocimiento profesional que antiguos lectores —ahora escritores— de Ciencia Ficción estaban adquiriendo. Entre los autores había ahora algunos científicos, militares y profesionales de renombre que escribían con imaginación pero también con conocimiento de causa. Por citar un caso célebre, el escritor Arthur C. Clarke contribuyó al esfuerzo de guerra británico ayudando a desarrollar el radar y también imaginó una red de satélites geoestacionarios que permitirían crear una red mundial de comunicaciones: cuando esa red finalmente existió, a la órbita de esos satélites de comunicaciones se la llamó “órbita Clarke”. Pero hubo otros ejemplos. Claro que no únicamente un asunto tan serio como el nacimiento de la bomba atómica contribuyó a atraer nuevos lectores. El mundo había vivido una guerra y sí, necesitaba una Ciencia Ficción más realista. Pero también había gente que reclamaba su dosis de escapismo o de misterio con poca base científica, aunque solo fuera como evasión. Así que en el mundillo hubo de todo durante aquellos años: desde la seriedad científica a la superchería y el disparate. El recién adquirido prestigio de la Ciencia Ficción no iba a dejar de sufrir sus golpes.
Con ustedes, la era de lo extraño
La guerra, decíamos, tuvo como consecuencia un nuevo interés hacia la ciencia y la tecnología, pero también una redoblada necesidad de evasión. El planeta Tierra era un desastre, así que parte del público empezó a mirar hacia otros mundos deseando que no fuesen únicamente un producto de la imaginación. No resulta extraño que muchos de ellos estuviesen dispuestos a recibir con los brazos abiertos las noticias de hechos inusuales que supuestamente estaban demostrando que la cruda realidad cotidiana no era la única realidad posible. Uno de estos hechos, nacido en las páginas de una revista de Ciencia Ficción en plena guerra, durante 1943, fue el bizarro aunque interesante asunto Shaver.
Raymond Palmer, el director de Amazing Stories, parecía haber captado la necesidad de evasión de muchos lectores y durante los primeros años de la guerra fue virando su política editorial desde una Ciencia Ficción más o menos seria, hacia la aventura más ligera y la “space opera”. Aquello había decepcionado a algunos de sus antiguos lectores pero había ganado otros que solo pretendían entretenerse. Sin embargo, lo que nadie esperaba era el golpe que Palmer tenía preparado: en 1943 Amazing Stories publicó la carta de un lector que afirmaba haber descubierto una antigua raza de habitantes prehistóricos de la Tierra, una raza tecnológicamente muy avanzada que había vivido en una red de cuevas para huir de la radiación solar pero que finalmente había abandonado la Tierra. Aquellos seres de otro tiempo regresaban ocasionalmente en naves espaciales, mientras que un remanente de ellos habitaba todavía en el subsuelo, llevando una existencia degenerada y violenta. Aquella extraña historia llamó tanto la atención del resto de lectores que Palmer decidió escribirle de vuelta al individuo pidiendo más detalles. El lector que había enviado la carta era un operario industrial llamado Richard Shaver: en sucesivas cartas a la revista e incluso en cierto número de relatos —no muy brillantes pero con el atractivo añadido de, supuestamente, estar describiendo realidades ocultas—, su extraño mundo fue haciéndose más complejo y despertando el interés de los curiosos: la tirada de Amazing Stories aumentó hasta el punto de que, dadas las restricciones de papel, la editorial optó por eliminar algunas otras publicaciones y permitir que se imprimieran más ejemplares de Amazing. El “misterio Shaver” proporcionó un gran éxito a Palmer, desde luego, pero se convirtió en objeto de polémica en el mundillo de la Ciencia Ficción e incluso más allá de él. Muchos lectores veteranos protestaban abiertamente por lo que consideraban un fraude y un truco publicitario barato, algo que podía dañar el prestigio que al género le estaba costando tanto ganarse. Incluso en la prensa convencional se llegó a mencionar con socarronería despectiva aquel rocambolesco episodio. Raymond Palmer insistía en defender las extrañas tesis de Shaver en sus editoriales, les contaba a sus lectores cómo lo había conocido en persona e incluso afirmaba haber visto la entrada a la supuesta red de cuevas. Mientras tanto, muchos acusaban a Palmer de haberse inventado directamente el personaje como treta publicitaria. Con los años se sabría que Richard Shaver efectivamente existió, pero que era un paciente esquizofrénico cuyas elaboradas fantasías eran producto de su enfermedad mental. El director de Amazing Stories siguió publicando material de Shaver durante varios años, pero en 1948 dejó finalmente de hacerlo cuando sus editores le dieron un toque de atención, ya que ante la continua avalancha de críticas se percataron de que el prestigio de Amazing Stories estaba por los suelos.
Por si a los fieles aficionados al género les había preocupado el extraño asunto del “misterio Shaver”, aún más llamativo fue —si cabe— el extraño giro en la carrera de uno de los más prolíficos autores de Ciencia Ficción de la era pulp, Ron L. Hubbard. En 1950, el hasta entonces novelista se destapó con una “ciencia mental” inventada por él, llamada “dianética”. John Campbell, director de Astounding Science Fiction, abrazó alegremente las teorías de Hubbard y le permitió publicar diversos artículos sobre el asunto, además de elogiarlo en diversos editoriales. Muchos de los lectores habituales se quedaron francamente perplejos, ya que hasta entonces John Campbell había sido conocido por aquella seriedad académica que había revolucionado el género. Desconcertados, los más fieles a la revista se temieron que Astounding Science Fiction estuviese dando un giro hacia el sensacionalismo y perdiendo el prestigio acumulado tras años de una aproximación seria a la Ciencia Ficción. Campbell defendió al creador de la “dianética” durante un tiempo, llegando a afirmar (ahí es nada) que Hubbard llegaría a hacer olvidar a Sigmund Freud y ganar el Nobel de la Paz. Pero Las teorías de Hubbard despertaron el comentario despectivo de muchos medios convencionales, además del desdén de no pocos lectores. Campbell no tardó en desentenderse de Hubbard y echar marcha atrás, aunque para entonces Astounding Science Fiction había sufrido una mancha en su hasta entonces impoluta reputación como abanderada de la Ciencia Ficción más respetable. Hubbard, tras unos problemas legales, rebautizó sus teorías como “cienciología”, se hizo millonario y se convirtió en pope de lo que terminaría transformándose en la organización o secta que hoy todo conocemos. Al igual que los enigmas del lector Shaver, el temporal respaldo de Astounding Science Fiction a las nuevas teorías de Hubbard incomodó sobremanera a los habituales de la Ciencia Ficción. Incluso tuvo su efecto editorial, al facilitar que muchos seguidores de Astounding Science Fiction apoyasen el surgimiento de nuevas revistas rivales que estaban a punto de surgir.
Aún hubo más sucesos que llamaron la atención del público general y atrajeron a muchos nuevos lectores hacia la Ciencia Ficción, como fue el comienzo de la elucubración ufológica. En 1947, un aviador llamado Kenneth Arnoldafirmó que mientras pilotaba su avioneta —colaborando en la búsqueda de los restos de un avión militar perdido— había visto una formación de extrañas aeronaves que volaban balanceándose de manera inusual, “como platos sobre el agua”. El testimonio de Kenneth Arnold trascendió a la prensa y se convirtió en un auténtico fenómeno mediático. Pese a que había descrito unos objetos más bien similares a un ala delta, la expresión flying saucers (“platillos volantes”) caló en el imaginario popular y mucha gente dio por hecho que Arnold había visto naves alienígenas en forma de disco. El icono del platillo volante se insertó en el imaginario popular; acababa de nacer la “era Ovni”. El avistamiento de Arnold casi coincidió en el tiempo con otro suceso impactante: aquel mismo verano la prensa publicó la noticia de la supuesta caída de un objeto de naturaleza desconocida en un rancho de Nuevo México, cerca de la localidad de Roswell, cuyos restos desperdigados fueron encontrados por el dueño del rancho. Casualmente, cerca de Roswell había una base aérea militar, así que su comandante fue invitado a observar los restos. Algunos periódicos no perdieron la oportunidad de publicar la llamativa noticia de que los militares habían encontrado lo poco que había quedado de un platillo volante. El posterior intercambio de titulares y declaraciones, así como la confusa actitud de los militares —que se hicieron cargo de los restos— despertaron la suspicacia del público, especialmente del más deseoso de darle pábulo a estos asuntos. Mucha gente quiso creer la historia de que una nave procedente de otro mundo se había estrellado en Nuevo México y que los militares se habían hecho con los cadáveres de los alienígenas que la ocupaban, intentando despistar con la coartada de que se había tratado de un globo sonda. No hay que ser muy perspicaz para entender el modo en que estos sucesos relacionados con el recién nacido fenómeno Ovni y alegremente aireados por la prensa influyeron en el aumento del interés de un público más diverso por la Ciencia Ficción.
Otro factor a tener en cuenta fue el súbito auge comercial de los cómics de superhéroes: Superman, Batman y toda la suerte de derivados. Un subgénero nacido sin duda dentro de la Ciencia Ficción, pero que estaba adquiriendo vida propia como género aparte en el medio dibujado, con unas características a menudo más cercanas la fantasía escapista y los gustos del público infantil. Las revistas de superhéroes dañaron comercialmente a parte de las antiguas revistas de fantasía y a los seriales de aventura ligera consumidos por los más jóvenes, aunque no necesariamente a las de Ciencia Ficción, que ya no eran su competencia directa. De hecho, no resultaba sorprendente que muchos adictos a los cómics de superhéroes terminasen derivando hacia la Ciencia Ficción más convencional cuando crecían y buscaban lecturas más complejas; de allí podía provenir otro contingente de posibles nuevos lectores.
La explosión de los cincuenta: la definitiva Edad Dorada
Así que a finales de los años 40 nos encontrábamos con este panorama: por un lado, mucha gente se empezaba a preocupar por asuntos muy serios como las consecuencias del progreso tecnológico y muy especialmente de la energía atómica; algunos de ellos encontraron en la Ciencia Ficción el material que buscaban para intentar responder a sus preguntas y preocupaciones. Otra parte del público hasta entonces ajeno a la Ciencia Ficción había desarrollado una nueva afición por asuntos misteriosos como los platillos volantes y similares. Por otro lado, la guerra había terminado y las condiciones en los EEUU empezaban a mejorar, ahora había tanto mayores medios para editar publicaciones como mayor poder adquisitivo de los lectores para poder comprarlas. Había aumentado la demanda y la oferta estaba en condiciones de responder a esa demanda. Así pues, el resultado previsible sería un nuevo “boom” del género.
A partir de 1947 se produjo una creciente cascada de nuevas publicaciones: Fantasy Reader, Fantasy Book,Fantastic Novels, Other Worlds, Fantastic Story Quarterly y algunas otras cabeceras, además del renacer de las extintas Super Science Stories y Future combined with Science Fiction Stories. Especialmente relevante fue el nacimiento de dos nuevas revistas: Magazine of Fantasy and Science Fiction y Galaxy. La primera destacaría por su cuidado en cuanto a la calidad narrativa y madurez literaria del material que publicaba; la segunda por una aproximación académica al género que le permitiera rivalizar con la hasta entonces reina dominante, Astounding Science Fiction, que andaba algo tocada por la breve pero sonada implicación de John Campbell con los polémicos inicios de la “Cienciología”. En 1951, pues, existían simultáneamente una veintena de revistas especializadas en los Estados Unidos, más de las que nunca hubiese habido antes colgadas en los quioscos y librerías, incluyendo el florido periodo 1938-40. A la antigua edad dorada de las revistas la había sucedido una nueva, y ahora en mayúsculas, Edad de Oro de la Ciencia Ficción. El rango de lectores se había ampliado mucho: ya no se limitaba a niños y adolescentes, sino que el género había atraído a personas que hasta entonces jamás se habían acercado a él pero que ahora sentían curiosidad. Habían descubierto todo un universo literario en el que había de todo y para todos, desde aventura ligera a reflexiones profundísimas, desde fantasía colorista a ciencia pura y dura, desde acción a poesía, desde política a humor.
Esto no significaba que el nuevo renacer del género le pusiera fácil las cosas a todas las publicaciones. Algunas revistas fracasaron comercialmente pese a estar bien confeccionadas y ofrecer contenido de alto nivel. En un mercado tan saturado, el futuro inmediato de una publicación podía depender de muchos factores: desde saber atraer a los lectores con una portada llamativa en su primer número, hasta no perder la confianza de los inversores si los primeros ejemplares no cubrían las expectativas de ventas. Un caso paradigmático fue el de10 Story Fantasy: aunque salió al mercado durante 1951, o sea en plena explosión del género, las ventas iniciales no fueron buenas y nunca llegó a publicarse un segundo número. Esto no se debió a la ausencia de contenidos interesantes: fue en las páginas de aquel solitario ejemplar donde apareció Sentinel of Eternity, el relato de Arthur C. Clarke que daría pie a la legendaria película2001: una odisea del espacio. Pero en el mercado no había sitio para todos y captar la atención del lector entre tanta oferta no resultaba tarea fácil, así que la diferencia entre el éxito y el fracaso la marcaba una línea muy fina. Otras buenas revistas aparecían y desaparecían en pocos meses si los inversores no veían beneficios comerciales rápidos. Naturalmente, también aparecían y desaparecían revistas menos buenas, como de costumbre.
En cuanto al resto del planeta, el “boom” de la Ciencia Ficción norteamericana tuvo varios efectos dispares. En el Reino Unido se produjo un cierto tirón pero las cosas seguían sin ser fáciles. El país contaba con una buena base de autores propios y aún podía ser considerada la segunda potencia de la Ciencia Ficción del momento, pero las nuevas aventuras editoriales a rebufo del “boom” norteamericano solían terminar en desastre o salían adelante en mitad de tremendos vaivenes, generalmente con una vida breve. Lo mejor que podía sucederle a un escritor británico de Ciencia Ficción era conseguir vender su material a las revistas estadounidenses, como ya había hecho el mencionado Arthur C. Clarke, que se estaba forjando un nombre en Norteamérica. En la URSS, mientras tanto, continuaba el marasmo producido por el estalinismo y la politización del material cultural, lo cual impedía que su respetable plantel nacional de creadores de Ciencia Ficción pudiese dar más de sí. La Ciencia Ficción soviética, antaño prometedora, continuaba estancada. En el resto del mundo, como de costumbre, predominaban las revistas protagonizadas por reimpresiones y traducciones del material estadounidense. Algunos países europeos e hispanoamericanos seguían teniendo, o volvieron a tener, alguna publicación recogiendo los relatos de los escritores estadounidenses (o de algunos británicos que publicasen en EEUU). En Japón, las revistas importadas por los invasores norteamericanos iban a favorecer el nacimiento de una industria de la Ciencia Ficción local, marcada por el trauma atómico y que se haría célebre sobre todo a través de la gran pantalla. Este era el efecto unificado del “boom” americano: la Ciencia Ficción norteamericana iba a seguir marcando el paso durante el momento clave en que el género lograse extenderse más allá de las revista, porque no había otro país capaz de suponer una alternativa excepto el Reino Unido, que de todos modos funcionaba casi como una sucursal.
Entre las razones de ese nuevo auge de la Ciencia Ficción norteamericana hemos citado algunos factores externos, los concernientes a la evolución de la sociedad y a los nuevos intereses del público general. Pero esta explosión no hubiese sido posible, o no hubiese tenido las mismas consecuencias, si la Ciencia Ficción no hubiese hecho por sí misma un tremendo esfuerzo de crecimiento y evolución, muy especialmente durante los difíciles años de la guerra. Para cuando llegó el “boom”, el género se había renovado: la desaparición de muchas revistas y la madurez de la antigua generación de lectores se habían combinado para obligar a los editores a preocuparse bastante más por la calidad del material que ofrecían. La competencia de las revistas de fantasía y aventuras, de los seriales o de los cómics de superhéroes en cuanto a la capacidad para captar al público más joven, hicieron que las revistas de Ciencia Ficción adquiriesen repentina consciencia de que estaban cultivando un género distintivo y de que su público estaba ahora formado por gente que buscaba precisamente ese carácter distintivo, que no se conformaba con cualquier literatura de evasión. El éxito de John W. Campbell al imponer un nuevo estilo más científico y adulto solo hizo que demostrar esta tendencia de los lectores a solicitar material serio, incluso en mitad de la fiebre por el “misterio Shaver” o la revolución mediática de los Ovnis. También se comenzó a hacer sitio para referencias a asuntos como el sexo o la religión, y los relatos iban haciéndose más realistas tanto en el aspecto emocional —haciendo mayor hincapié en el aspecto humano y el desarrollo de los personajes, no únicamente en las ideas científicas o imaginativas— como en una visión crecientemente desencantada del mundo.
El desembarco
El interés creciente por la Ciencia Ficción que impulsó la nueva explosión editorial de las revistas especializadas no quedó esta vez ajeno a otros medios. Por primera vez en décadas, la Ciencia Ficción iba a salir de las revistas no de manera anecdótica o aislada, sino como toda una corriente que se establecería en diversas formas de expresión. La industria editorial “convencional”, la de los libros, ya había hecho sus pinitos con recopilaciones de relatos o con la publicación de novelas aisladas de Ciencia Ficción: la tendencia del género a salir en forma de libro iba a crecer inusitadamente.
Pero quizá el hecho más notorio y el más elocuente sobre la nueva popularidad del género fue la repentina atención que el cine prestó a la Ciencia Ficción. Ya desde los mismos inicios de la década de los años 50 empezaron a producirse películas: Destino la Luna, Ultimátum a la Tierra, Planeta prohibido, Them!,La invasión de los ladrones de cuerpos, La bestia de tiempos remotos, La cosa, El increíble hombre menguante… estos y otros largometrajes adaptaban con mejor o peor resultado relatos escritos por los mismos autores que colaboraban habitualmente con las revistas de Ciencia Ficción, relatos que en muchos casos habían sido directamente publicados en aquellas páginas. Cómo no, fue especialmente influyente el material de Astounding Science Fiction, con lo que el estilo “campbelliano” tuvo bastante importancia en el desarrollo del cine de Ciencia Ficción como lo había tenido en el ámbito literario. Obviamente, también en celuloide hubo producciones de todo pelaje y los largometrajes más dignos terminarían conviviendo con muchas películas baratas y no demasiado profundas, pensadas ser proyectadas ante un público infantil y adolescente en sesiones matinales. Aunque resulta lógico que, por motivos técnicos y de cuantía de inversión, el cine no se arriesgara a seguir siempre la vanguardia de la Ciencia Ficción escrita y optara muchas veces por ganarse a un público rendido de antemano, el juvenil. Una película necesita un público más amplio que una revista o un libro para resultar rentable, con lo que la industria cinematográfica tardó en confiar en las temáticas demasiado complicadas que desde hacía años estaban proliferando en la Ciencia Ficción escrita; Hollywood, pues, a menudo se conformaba con elaborar productos baratos y llamativos para atraer a los niños y jóvenes a las proyecciones. Cualquier escritor puede imaginar un mundo nuevo con el único coste de su esfuerzo literario, pero el cine, en cambio, necesita dinero y medios cuantiosos para representar cualquier hecho fantástico. Aun así, no cabe olvidar el hecho de que algunos de los primeros clásicos de Ciencia Ficción de Hollywood fueron intentos muy bienintencionados de trasladar a la pantalla algunos relatos de autores bastante serios y respetables. La influencia de John Campbell, pues, pesó bastante en los inicios de la Ciencia Ficción cinematográfica norteamericana. En Japón, por su parte, la ocupación estadounidense había despertado la afición por el género y comenzó la producción de películas como Godzilla que en un principio eran reflejo del trauma de Hiroshima y Nagasaki, pero más tarde parte de toda una corriente de cine de Ciencia Ficción que, por lo general, era de entretenimiento ligero.
El género dio otro salto: el salto a la televisión, y también en la pequeña pantalla hubo ejercicios más que respetables durante aquellos tiempos. Además de los típicos seriales de aventuras al viejo estilo pulp que seguían tiendo un público diana predominantemente infantil, se produjeron también interesantes series que adaptaban antologías de relatos. Ejemplos como Tales of Tomorrow o Science Fiction Theatre llevaron la Ciencia Ficción más convencional a los hogares de muchos norteamericanos. Mención aparte merece The Twilight Zone, nacida a finales de la década: aunque no era una serie restringida a la Ciencia Ficción ni mucho menos (cada episodio tenía un argumento único y las temáticas variaban entre diversos géneros, aunque siempre con un componente fantástico de fondo) la serie del célebre Rod Serling hizo mucho por seguir popularizando la Ciencia Ficción más respetable con algunos episodios memorables. En el Reino Unido, donde el interés del público no había decaído, también se produjeron de manera muy temprana programas propios de Ciencia Ficción.
Así pues, durante los años cincuenta la Ciencia Ficción salió definitivamente del cascarón de las revistas y se convirtió en un género disperso por los medios de comunicación más populares. Dichas revistas no dejaron de existir, claro, pero en adelante ya no serían el ámbito exclusivo donde tendría lugar la evolución del género. Ahora los escritores de Ciencia Ficción iban a publicar muy asiduamente en los circuitos literarios convencionales, iban a convertirse en nombres universalmente respetados como había sucedido durante el siglo XIX. Su trabajo interesaba ahora a un público adulto que quería reflexionar sobre el mundo; la Ciencia Ficción era como el tubo de ensayo donde se experimentaba con las posibilidades —buenas o malas— del futuro o donde se reflejaban realidades del presente en forma de metáfora. La Ciencia Ficción moderna, tal y como la conocemos hoy, había emergido, se había establecido, se había ganado su respetabilidad y estaba dispuesta a seguir evolucionando ya convertida en un microcosmos bien definido y conocido por todos. El formato literario continuó siendo el puntal de la evolución, mientras que el cine y la televisión se encargarían de que el género continuase siendo popular a todos los niveles, si bien estos medios han contribuido no pocas veces a extender ciertas creencias erróneas acerca del desarrollo de la Ciencia Ficción, pero es un pequeño precio a pagar por el hecho de que el género hubiese alcanzado la mayoría de edad.
Sin embargo, como decimos, la Ciencia Ficción no iba a dejar de evolucionar ni mucho menos. Aún quedaban campos por explorar y temas por abordar; la sociedad seguía yendo adelante y el género con ella. A finales de los cincuenta, el salto tecnológico estaba en su apogeo, la situación política y social sería nueva… el mundo estaba cambiando. Los grandes nombres de la Ciencia Ficción que habían surgido del universo de las revistas se establecieron durante el “boom” de los cincuenta, pero convivirían junto a una nueva ola de autores que traerían aire fresco al género. Pero eso ya es otra historia y, como suele decirse, la contaremos en otra ocasión.
Para terminar: cualquier lector que quiera ampliar con más detalle lo expuesto aquí, puede acudir a las fuentes. Como la colección de volúmenes Los mejores relatos de Ciencia Ficción de Mike Ashley, cuyos detalladísimos prólogos son un relato muy completo —si bien por momentos difícil de seguir dada la cantidad de información que presentan— de la historia temprana de las publicaciones del género… sin lo cual hubiese sido tarea imposible escribir este artículo, además de contener algunos relatos que dan cierta idea del estilo predominante en cada época. Para conocer el desarrollo del mundo editorial de las revistas son especialmente recomendables los volúmenes La era de Campbell y La era de los clásicos. También el fundamental A billion years spree: a history of science fiction de Brian W. Aldiss y The world of science fiction 1926-1976: the story of a subculture de Lester del Rey. También Lo mejor de la Ciencia Ficción del siglo XIX, de Isaac Asimov, con varios relatos igualmente ilustrativos escritos por diversos autores. Ídem para la recopilación La edad de oro de la ciencia Ficción, también elaborada por Isaac Asimov, así como Lo mejor de la Ciencia Ficción rusa de Jacques Berguier o Lo mejor de la Ciencia Ficción alemana de Jörg Weigand, y diversas antologías de relatos de diversas épocas publicadas en su día por las editoriales Bruguera en su colección Libro Amigo y Orbis en su no menos imprescindible Biblioteca de Ciencia Ficción; no pocos de esos volúmenes contienen prólogos, comentarios editoriales o notas interesantes además de los susodichos relatos. Buen provecho.
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