La editorial Páginas de Espuma ha publicado la que, probablemente, es una de sus mayores contribuciones a la literatura en castellano: los cuentos completos de Anton Chejov. El autor de esta recopilación, Paul Viejo, comenta en el ABC la historia de cómo el día que el mundo se desordena para el ciudadano Chejov empieza a tener sentido para la literatura universal.
Dice la nota:
Una mañana de 1879 que tenemos que suponer nevada y fría y nerviosa para su protagonista, la del 24 de diciembre, empezó a desordenarse la realidad, sea lo que sea eso. Todo comienza esa mañana porque es cuando un estudiante del primer curso de Medicina en la Facultad de Moscú tiene el arrebato de poner unas cuantas cuartillas en un sobre con la dirección ajustada y firme de la revista «La libélula» y, en concreto, de su sección de cartas de los lectores. ¿Qué se le envía a una sección así sino una carta, aunque esta sea falsa o falsificada o transformada por cierta imaginación veinteañera? Porque eso es lo que le hace llegar el joven estudiante Antón Pávlovich a un editor llamado Vasilevski, al que todavía no conoce: una «Carta del terrateniente Don Stepán Vladímirovich N. a su vecino erudito el doctor Friedrich», y tiene además la irreverencia de acompañarla con una breve nota que busca responder a la pregunta de «¿Qué es lo que más se da en las novelas, relatos, etcétera?», como si el futuro médico lo supiera ya todo de manera tajante y segura y hasta irónica sobre la literatura.Empieza a desordenarse la realidad, sea lo que sea eso, aún más cuando la mañana del 20 de enero, ya de 1880, que debemos suponer nevada y fría y nada nerviosa –porque nada esperaba nuestro estudiante aficionado a escribir–, llega una carta del editor Vasilevski que dice que, además de felicitarlo en nombre de la redacción, y darle el visto bueno y anunciarle que la revista hará publicas sus cuartillas, le ofrecen desde la dirección cinco kopeks por línea de esa carta que él había enviado y que aparecerá publicada en marzo.Empieza a desordenarse la realidad, aunque parezca lo contrario, porque que al estudiante Antón Pávlovich le vayan a pagar por deformar los recuerdos de una carta de su abuelo que él recordaba –por añadirle algo de ficción y de sintaxis a lo real– significará que desde ese momento sean muchas más las cuartillas y las hojas holandesas que envíe a la revista, y a otras revistas y a otros editores, y pueda ponerse a pensar que tal vez así, enviando por escrito deformaciones y exageraciones con algo de humor, pagadas a la línea, al peso, a la pieza, tal vez así pueda costearse primero el apartamento moscovita donde vive con sus dos hermanos, los estudios moscovitas y científicos que terminará unos años después, los gastos, los gestos y los gustos de un adolescente que debe buscarse la vida y que, al menos de forma parcial pero intensa, logrará hacerlo desde ese momento de desorden a través de la escritura.Y aunque todavía no tenga un apellido visible ese estudiante, al menos de cara a sus lectores, que son, como deben ser siempre los lectores, invisibles, sí tendrá un buen puñado de seudónimos o máscaras o filtros, como «Antosha», «Chejonté», «Antosha Chejonté», «El hombre sin bazo», «Un poeta prosaico», y hasta una simple «uve», como si se hubiera quedado colgando de un apellido que todavía nadie conoce, y que ese primer año le permite publicar diez cuentos en diferentes lugares, otros tantos al año siguiente, para ir aumentando esa cifra hasta los doscientos que llevaría publicados cuando terminase 1884.Una producción que le va granjeando a este autor escondido una fama discreta pero constante gracias a relatos de todo tipo –no solo esas piezas de humor congelante, no solo esas deformaciones satíricas de lo que ocurría en el momento, no solo las parodias de sus autores favoritos o los géneros de moda–, además de la habilidad para escribir (¡escribir más de lo que publicaba incluso!) en un camino que lo iba a llevar a un lugar único, ya con su nombre descamuflado, Antón Chéjov: el de los cuentos infinitos, por número, y por repercusión en la Historia, normalmente ordenada, de la literatura.Pero se va a seguir desordenando la realidad, sea lo que sea eso, todavía más, porque aún faltan muchos años para que ese Chéjov sea el señor Chéjov pulcro que ordenaba por fechas su correspondencia en cajitas de latón, o alguno menos, quizá, para que ese Chéjov ya reconocido por sus lectores algo menos invisibles se ponga a preparar sus obras completas, y tenga hasta que rogar a sus editores y a las redacciones que le envíen, por favor, los recortes de sus cuentos, que, de tantos como había escrito, muchos ya no los tenía, se le habían perdido u olvidado.Aunque muchos de ellos ya no aparecerían nunca más, sí era verdad –sí era real– eso de que había que reunir su obra porque ya era un autor importante, porque trascendería fronteras e idiomas, porque había inventado algo «moderno» que todavía no queda claro que pueda ser, y porque todo eso que recopilase, reuniese y adecentara iba a influir tantísimo a lo largo de los siglos siguientes y los países siguientes y los autores siguientes; entonces, si todo eso, había que darle un orden. Había que ponerse serio, porque, si no, nadie iba a saber cuándo escribió qué, ni cuáles fueron los cambios que sufría su escritura, ni de dónde salían los tópicos sobre su obra, cuándo eran verdad, cuándo mentira. Cuándo reales.Esa es una de las funciones de los «Cuentos completos» (Páginas de Espuma): que el lector en español pueda poner por fin en orden todos los cuentos de Chéjov, y saber así cómo ocurrió lo que ocurrió, cuándo, dónde y de qué manera se desordena la realidad, y se transforma la literatura a través de más de seiscientos cuentos, y de casi cinco mil páginas, y de cuatro volúmenes, pero de un solo autor desordenado y ordenado y único.
No hay comentarios:
Publicar un comentario