Hace varias semanas quería comentar este estupendo artículo, traducido en Revista Ñ, que apareció en The New York Times y cuya autora es Maureen Dowd.Se titula “Cínicos vs. Bambis” y comenta el estado de la crítica en Estados Unidos, donde se discute sobre la necesidad de no ser duros en las reseñas literarias o, al contrario, la obligación de tomar partido. Muy actual en la crítica en español también.
Fitzgerald, exempleado de un bar para motociclistas, copropietario del sitio en internet The Rumpus y director de publicidad del periódico literario y de la editorial McSweeney’s, de David Eggers en San Francisco, dijo que es negativo respecto de las críticas negativas. “Por qué desperdiciar aliento hablando provocadoramente sobre algo?”, dijo. “Lo ves en tantos sitios del tipo de los antiguos medios, los ‘scathing takedown rip’”.
¿Antiguos medios? Acaso este tipo ha buscado alguna vez con su buscador?Fitzgerald dijo que seguiría la “regla de Bambi” patrocinada por Thumper: “si no puedes decir algo amable, no digas nada”. Su queja fue el eco de una de Heidi Julavits, en 2003, en The Believer, una revista que fundó Eggers. Ella se preguntaba si las críticas podrían prosperar para hacerle “un servicio más noble” a la cultura y deploró la acidez como “un trastorno reflexivo”. Julavits se hacía eco de una entrevista que The Harvard Advocate le hizo a Eggers en 2000. “No sean críticos, se los ruego. Yo fui un crítico y desearía poder retirar todo lo dicho, porque provenía de un sitio nauseabundo y de ignorancia dentro de mí, y hablé con una voz todo enojo y envidia. No se debe desestimar un libro mientras no se haya escrito uno, y no se debe descartar una película mientras no se haya hecho una, y no se debe rechazar a una persona a la que no se conoce en persona”.
En un maravilloso ensayo sobre Gawker la semana pasada, Tom Scocca vituperó a la brigada de la amabilidad, pomposa y a menudo insulsa. Es posible exagerar con la acidez, escribió, pero es mejor que la zalamería, que “nunca es una fuerza del bien. Una civilización que habla con zalamería es una civilización que ha perdido su capacidad para hablar sobre propósitos.Es una civilización que dice: ‘No seas malo’, en lugar de asegurarse de no hacer el mal”. Malcolm Gladwell de The New Yorker trató de replicar en una publicación titulada “De hecho, ser amable no es tan terrible”, pero divagó en un argumento tonto sobre cómo salta la sátira en lugar de subvertir a los privilegiados y al statu quo.
Leon Wieseltier, el editor literario de The New Republic, nota que etiquetamos a la comida si creemos que tiene consecuencias dañinos y los críticos están totalmente en su derecho de etiquetar libros en la misa forma. “En el primeritito número de mi revista, hace casi 100 años”, me dijo, “Rebecca West estableció lo que llamó ‘el deber de la crítica dura’, y tenía razón. Un intelectual tiene una obligación solemne de expresarse negativamente en contra de ideas o libros que crea que tendrán un efecto pernicioso o desorientador en la comprensión que las personas tengan de cosas importantes. No hacerlo sería cobarde e irresponsable. “Si uno piensa que se ha difamado un valor o una creencia o una forma en la que uno aprecia, uno debería levantarse a defenderlos. En la vida intelectual y literaria, donde puede ser mucho lo que esté en juego, los modales nunca deben ser la principal consideración. La gente que propone nociones polémicas debería estar preparada para la controversia. Las cuestiones de la verdad, el significado, la bondad, la justicia y la belleza son más importantes que Bambi. Nunca pensé que expresaría una frase como ésta, pero estoy con Gawker en contra de BuzzFeed”.
Fingir que las cosas falsas y horribles no existen es algo ilusorio. No obstante, tal embellecimiento es coherente con una cultura dominada por una internet preocupada principalmente con las técnicas del marketing. No criticar negativamente a los libros es, en esencia, subsumir a la crítica literaria en la publicidad, las relaciones públicas y la promoción. Sucumbir al optimismo, la educación para la ciudadanía y las pláticas felices es, básicamente, decir que hay algo más importante que decir la verdad: no hacerse de enemigos y no herir los sentimientos de las personas. No todos los pleitos son ruines. A veces, son por cosas importantes y es, de hecho, un privilegio tomar partido en ellos.
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