Como en la mayoría de sus novelas, en
"Así empieza lo malo" Javier Marías parte de una frase de Shakespeare, la
cual ilumina toda una zona de la experiencia y la condición humana que
uno como lector ha tenido siempre en su órbita, pero en la oscuridad;
que ha intuido y por eso la reconoce y siente cercana, pero que jamás ha
verbalizado.
“Quizás entonces empieza lo malo, pero a
cambio lo peor queda atrás”. Estas palabras del acto tercero de Hamlet
resuenan al ser subrayadas por Marías, y nos producen una familiar
sensación de reconocimiento, de profunda comprensión (“Thus bad begins
and worse remains behind”). Esa misteriosa calidez de lo que antes era
borroso y de pronto se vuelve diáfano. Como una volátil intuición
atrapada por un alfiler.
Esa frase es el postulado inicial de esta intrigante obra en la que el lector, a cada página, desciende un escalón más hacia el fondo o meollo de una oscura historia del pasado que regresa, una vieja culpa que se arrastra en la memoria y que, como la de Lord Jim, alcanza al presente del culpable y de quienes lo saben y asisten o están cerca de él, viviendo sus consecuencias, sumergidos en ellas, algo que tal vez habrían preferido no saber (me disculpe el lector, pero es imposible no caer en el fino lenguaje de Marías para explicarlo), pues el solo eco de esa lejana culpa irrumpe y modifica, echa raíces en otros, contamina con su brazo removedor de aguas que parecían tranquilas y ahora son turbias.
Todo esto en un Madrid de los años
ochenta, el de la antigua “movida” y esa inusitada libertad sexual que
irrumpió después de la muerte de Franco, tan envidiada por los mayores
que crecieron en la España conventual de los años de posguerra. El
director de cine Eduardo Muriel, su esposa Beatriz Noguera, el joven De
Vere y el médico Van Vechten son los cuatro protagonistas de esta
aventura que, al tiempo que indaga y merodea por los subterráneos de la
vida, es un homenaje al cine de los años cuarenta y cincuenta.
El erotismo y un cierto aspecto cruel
del deseo también pululan en la atmósfera del libro: el rechazo, el sexo
vengativo o fanfarrón o grosero, y sobre todo el vértigo de asomarse a
las vidas ajenas (por lo general en secreto, como hace el joven De Vere,
o por encomienda) para espiarlas y dar cuenta de ellas. Para
apropiárselas a través de palabras que las justifican o acusan. Y todo
bajo el ojo vigilante de la luna, “centinela y fría”, como dice Marías,
con su prosa única, su fraseo genial y su poderosa voz.
Recién publicada en España, un crítico
de El País opinó que la novela “decaía por momentos”, algo que, tras
haberla leído, me intriga. ¿Cuáles fueron esos momentos? Yo me los
perdí. Ese decaimiento nunca llegó a mi lectura. Muy al contrario: pocos
textos hay donde las palabras estén tan tensas y aferradas las unas a
las otras, donde la lectura sea tan frondosa, donde la coincidencia de
la trama, siempre corriendo por delante, nos obligue tanto a seguirla.
Habiendo leído toda su obra, creo que Así empieza lo malo es una de las
más compactas. Un mecanismo de relojería en donde el lenguaje llega a un
nivel de precisión y contundencia del que no tengo ni he tenido noticia
en décadas de lector, puede que desde Thomas Bernhard.
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