Debo confesar que este libro me pone en un aprieto a la hora de juzgarlo. Sí... la verdad es que lo pasé bien leyéndolo y lo encontré "interesante", dos cosas que siempre me han parecido importantes en cualquier libro (digan lo que digan algunos pedantes). Y sin embargo... el problema es que no va más allá.
Su planteamiento inicial sugiere posibilidades dramáticas, cómicas o especulativas-filosóficas que son totalmente desaprovechadas. El libro se queda en una idea simpática, la de una familia dedicada a vender instrumentos para que los aspirantes a suicidas puedan realizar con éxito su objetivo.En un mundo probablemente post-apocalíptico o casi, un planeta reducido a escombros de civilización y condiciones extremadamente precarias de subsistencia, por razones que nunca nos explican, una sociedad que casi ha renunciado a salir alguna vez de la crisis, numerosos clientes vienen a la tienda a comprar venenos, pistolas, cuerdas, sables ceremoniales japoneses y un largo etcétera. Los dueños de la tienda se ven profesionalmente obligados a ser fatalistas, lóbregos y tristes a un punto que raya a caricatura. Pero uno de sus hijos se empeña en ir contracorriente. Es un "rebelde juvenil" que insiste en sonreír, ser amable y optimista. Todo un caso.
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