"Los vinilos de Michael Chabon". Publicada originalmente en "Prodavinci". Aquí tienes el enlace.
Telegraph Avenue, traducida por Mondadori, de Michael Chabon es reseñada para “Radar Libros” de Página12 por Rodrigo Fresán, con quien coincido que Chicos prodigiosos es lo mejor que ha publicado el autor norteamericano. Brokeland Records, una tienda de vinilos de segunda mano, es el lugar donde se desarrolla esta historia con ecos del Vineland de Thomas Pynchon y la tienda del protagonista de una novela de Nick Hornby.
Dice la reseña:
Telegraph Avenue puede leerse como la contraparte práctica del aparato teórico-doméstico recopilado en su inmediatamente anterior Manhood for Amateurs: The Pleasures and Regrets of a Husband, Father, and Son. Todo imbuido de numerosas referencias cult y cultas (a destacar las referencias al cine de Quentin Tarantino y de Stanley Kubrick y a la estética del blaxploitation, que no impiden la invocación del estoico Marco Aurelio o de la estética de Frida Kahlo como sacerdotisa New Age o de los zarpazos subversivos de los Black Panthers) armonizadas con un cierto optimismo. Una constante y melancólica alegría –por más que aquí abunden más las antologías de encomiables Best of… que las de comerciales Greatest Hits– que acercan a los héroes casi pero nunca del todo vencidos de Telegraph Avenue más al cine de Cameron Crowe (quien, se dice, pronto la llevará a la HBO) que al de Robert Altman. Y detalle importante: Telegraph Avenue empezó como propuesta fallida de Chabon para el canal de televisión TNT y es así que comparte, con libros recientes como El arte de la defensa de Chad Harbach y La trama nupcial de Jeffrey Eugeniades, una cierta voluntad serial y episódica –con flashbacks y desvíos y acaso demasiados secundarios y subtramas que incluyen a un leviatánico abogado apodado Moby y a un loro de “genio mozartiano”– así como una evidente necesidad de ser considerada compañera de la sobrevalorada Libertad de Jonathan Franzen como molde de la Gran Novela Americana.El resultado final es una celebrable y curiosa mezcla del Vineland de Thomas Pynchon, Dombey e hijo de Charles Dickens, la dulce acidez de Nick Hornby en lo que hace a la radiografía de la masculinidad, y aquellos despachos neo-periodísticos de lo tribal by Tom Wolfe pero sin malicia alguna. En Telegraph Avenue –a diferencia de lo que ocurre en otra gran novela de “lo negro” con música y firmada por un blanco, la magnífica y mucho más densa en lo histórico y social El tiempo de nuestras canciones de Richard Powers– todo es amable. Inclusive un triste final feliz donde amanece para nuestros héroes el nuevo día del comercio on-line y adiós a tantos problemas como eso de existir local y físicamente cuando se puede abrazar al mundo entero, sin fronteras. No será lo mismo, pero algo será. Como filosofa Nat: la posibilidad de “pasar de la realidad y también tomarme las cosas en serio”. Pero, en cualquier caso, será una seriedad graciosa. Todo es tan gracioso y tan amable que, cerca de la página 200 de Telegraph Avenue, un muy cansado senador hace su aparición en la novela y se detiene a escuchar cómo una banda de jazz prueba sonido antes de un concierto. Y, allí, ese hombre de paso dice algo acerca de los verdaderos afortunados en la vida: “Los que encuentran un trabajo que significa algo para ellos. En el que pueden poner toda su alma, por mucho que a los demás les parezca una bobada”. Su nombre es Barack Obama y –como Archy y Nat– también parece ser un muy buen tipo.
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