La primera de las historias que conforman la trilogía "Nuestros antepasados", el "Vizconde Demediado" es también la primera muestra de la particular aproximación intelectual de Italo Calvino a la narrativa. El genial escritor y periodista italiano renuncia explícitamente al realismo, para forzar situaciones y personajes hasta límites inconcebibles en condiciones reales. Y utilizar los prodigiosos recursos de la fabulación así liberados para expresar con mayor contundencia sus ideas, sus opiniones, su visión sobre el mundo y sobre la gente que lo habita.
Tengamos en cuenta que Italo Calvino era un hombre de izquierdas. Miembro del Partido Comunista hasta 1957, se dió de baja como protesta por los sucesos de Hungría. Y fue probablemente esa militancia ideológica la que determinó que la parte "izquierda" del barón Medardo fuese la "buena". Y la parte derecha, la "mala". De hecho, la que se queda con el título, con el castillo y las propiedades.
Pero ojo: Calvino no se hace ilusiones. Y nos dice que, sin lugar a dudas, ninguna de las dos mitades puede llegar a ser enteramente funcional. Ambas mitades son, de alguna forma, "idiotas".
La mitad mala, la derecha, no encuentra sentido en su existencia, no es feliz consigo misma y ni siquiera saca provecho de su maldad y sus fechorías.
La mitad buena, "la izquierda", carente de las riquezas y del poder de su otra mitad, hace algunos esfuerzos por hacer el bien, sí. Pero amén de no disponer de los recursos necesarios para ello, tampoco sabe muy bien lo que está haciendo, ni para qué lo hace. Y pronto es rechazada por el pueblo porque les impone prohibiciones sin sentido, porque -escindida, demediada, alienada de una parte fundamental de su humanidad- no sabe lo que la gente necesita para vivir y para ser feliz.
Ambos, por cierto, están enamorados de la misma mujer. Pamela.
Algo parecido, sin duda alguna, está pasando en nuestro país.
Una bala de cañon -Chávez funcionaría muy bien para esta metáfora- partió en dos a la nación.
Una parte, en esta ocasión la izquierda o más bien una parte de ella, se ha quedado con el poder. Con el castillo y sus recursos. Y, como cualquiera de las mitades de Medardo, no está consciente de su propia situación demediada. Y ha prescindido de las opiniones, las necesidades, los recursos y las experiencias de, muy aproximadamente, la mitad del país. Casi todos sus empresarios, sus gerentes, un gran porcentaje de sus profesionales universitarios y casi toda su clase media. Y ha decidido que muy bien puede ser feliz e incluso imponer esta visión parcial, demediada, de la felicidad, a toda la nación.
La otra mitad (y no sería exacto llamarla "derecha", porque esta categorización política no se ajusta exactamente a la realidad) también se encuentra alienada. Principalmente, porque no puede concebir un proyecto político que no incluya a la otra mitad. Y, todavía resentida por el mal trato recibido, poco a poco se va dando cuenta de que no existe ningún futuro posible que no incluya una "reunificación" -esperemos que muy pronta- de ambas partes.
Al fin y al cabo, lo mismo le pasó a Medardo. Sólo después de una complicada intervención del médico Trelawney, que unió con "un kilómetro de vendas" las dos mitades de Medardo, heridas después de su última disputa, pudo por fin el vizconde volver a ser una persona completa. "...un hombre entero, ni bueno ni malo, una mezcla de bondad y maldad... Pero tenía la experiencia de las dos mitades refundidas en una sola, por eso tenía que ser muy sabio".
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