Nuevo Pynchon, y Pynchon en mayúsculas y en estado puro. Una trama paranoica, adrenalínica y laberíntica, menos digresiva y más rítmica que la de otras novelas suyas, pero igual de extravagante, patológica, delirante y burlesca a un tiempo. Si no, no sería de Pynchon. Están todos los ingredientes habituales de la ficción de Pynchon, pero no hay autoparodia. Y a pesar de haber sido alumno de Nabokov —y a pesar de que a más de uno pueda parecérselo—, no es probable que la haya nunca.
No la necesita, está en plena forma, la imaginación corre aún por sus venas, disfruta escribiendo, quejándose con sorna, jugando con el lenguaje, enredando más aún la madeja y publicando cuando le da la real gana. El enigmático e imprescindible autor de El arco iris de gravedad ha querido esta vez rendirle un tributo a su ciudad natal, Nueva York, sumándose a la nómina de narradores que han ficcionalizado la Gran Manzana (Dos Passos, Scott Fitzgerald, Miller, Capote, Wolfe, DeLillo, Doctorow o Easton Ellis) y convirtiéndola, justo antes del Apocalipsis de aquel 11 de septiembre de 2001, en una suerte de símbolo de las siete plagas de nuestro tiempo. Al límite (Bleeding Edge) es una diatriba contra la sociedad de la neurosis digital y de la utopía del avatar, contra la corrupción financiera neocon, contra el lirio en la mano de los herederos del hippismo de los setenta, contra los fundamentalismos (los islámicos y los propios), contra la hipocresía de la clase política, contra la belleza de Photoshop, contra la cultura reducida a un musical de Broadway, contra la inseguridad de la obsesión por la seguridad y contra la Biblia en verso. Y es una proclama en favor de cualquier paranoia imaginable, al fin y al cabo el maestro de la paranoia no podía quedarse ni un minuto más al margen del 11-S ("legiones de almas cubiertas de polvo"), la paranoia perfecta.
Hubo un tiempo en que las paranoias de Pynchon (Nueva York, 1937) eran un rasgo de estilo, una muy apreciada cualidad de su universo ficcional. Hoy, lo sabemos todos, son ya además poco menos que una convención de nuestro mundo y de su lema inexcusable, "piensa mal y acertarás". De la mano de su protagonista Maxine Tarnow, una particular investigadora de delitos económicos que trae a la memoria a la ínclita Oedipa Maas de La subasta del lote 49, Pynchon monta un parque de atracciones por el que deambulan feriantes de muy distinta calaña —hackers, perfumistas, camellos, especuladores, mafiosos o esbirros, la galería de personajes extravagantes marca de la casa— y luego dispara a todo lo que se mueve y no deja títere con cabeza, y con razón, qué carajo, la misma que este mundo nuestro ha perdido. Una enmienda a la totalidad escrita con contagiosa excitación y una crítica del sistema muy de agradecer.
Al límite es un inteligente esperpento de espías espiados, mentiras en almíbar, frikis de atar, ciberflaneurs, granujas de medio pelo y muuuucha prisa, ¡estamos en Nueva York! Pynchon se lo pasa en grande enfundado en su uniforme de enfant terrible y decidido a guiñarle siempre el ojo al lector, que se ríe con los juegos de palabras y las alusiones perversas (neologismos, coloquialismos, un rap, jergas y jerigonzas, trampas de las que ha salido indemne un gran traductor) y con el sarcasmo de un narrador que deja caer que curiosamente se interrumpe el "diálogo intercultural" por el alboroto en el WC de caballeros. ¿Una broma? No, la metáfora de un mundo contemporáneo cuyo arte nació de un urinario y en el que casi todo pasa ya por las letrinas… Festival de parodias de platos chinos —calamar borracho de doce sabores—, del nazismo —¡los submarinos de Dönitz rociados con colonia 4711!— y de casi todo, mucho pastiche, mucho juego de palabras, mucho más Joyce en este Pynchon exultante que demuestra que un autor puede querer estar fuera de este mundo y seguirlo sin embargo muy de cerca: "Bush" como sinónimo de "culo", las puntocom, DiCaprio, el yihadismo, Shrek bailando con Barbie y Bill Gates con música de Britney Spears, la CIA nuestra de cada día dánosla hoy, la Guerra Fría recalentándose cada día, la www.lavida.com (ojo al parche: "Llámalo libertad, pero está basada en el control").
Una nueva novela del maestro Pynchon siempre es un acontecimiento porque jamás escribe a humo de pajas; y a ésta se la esperaba con ganas, de ahí que algunos de sus discípulos, Michael Chabon en The New York Review of Books o Jonathan Lethem en The New York Times Book Review, hayan querido reseñarla. Ya la tenemos aquí, y es también cult & pulp, y es tecnofobofílica y transgenérica, y es una elegía satírica a nuestro mundo desquiciado, y un thriller estrafalario con memoria histórica, dos cuartas partes de terapéutica paranoia, una de show business y otra de ginger ale.
Al límite.Thomas Pynchon. Traducción de Vicente Campos. Tusquets. Barcelona, 2014. 491 páginas. 22 euros (digital, 15,99)
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